_Diseñador de escenografías, escritor de poemas, novelas y dramas, director de escena de ballets, dibujante, pintor... Jean Cocteau (1889-1963) veía en el cine únicamente uno más de los muchos medios que le permitían expresarse como poeta y seguidor del movimiento surrealista. Si bien su obra cinematográfica resulta comparativamente escasa precisamente por este motivo, esta versatilidad se refleja de un modo fascinante en sus filmes. La primera cinta del realizador que se conserva La sangre de un poeta (1930), revela su proximidad al movimiento vanguardista y se asemeja en muchos aspectos a los trabajos de juventud de Buñuel. En esta película, que contiene una serie de fantásticos efectos especiales, Cocteau se entrega a una reflexión íntima sobre la existencia del artista y el origen de la inspiración, un tema que retomaría en Orfeo (1949) y en su último proyecto, El testamento de Orfeo (1959-60). Estas tres cintas conforman una trilogía.
_Sin lugar a dudas, el largometraje preferido del director es La bella y la bestia (1946), en el que logró trasladar a la gran pantalla un célebre cuento mediante poesía visual surrealista y grandes dosis de magia. El protagonista masculino de la cinta fue Jean Marais, compañero sentimental de Cocteau durante muchos años que apareció en todas sus películas. El actor también participaría en las versiones cinematográficas -mucho menos conocidas- de las obras teatrales del director, El águila de dos cabezas (1948) y Los padres terribles (1948). Asimismo, Cocteau escribió una serie de guiones que dieron pie a filmes de tanta calidad como Las damas del bosque de Bolonia (1944-45) de Robert Bresson, Los chicos terribles (1950) de Jean-Pierre Melville y Thomas, el impostor (1964) de Georges Franju.
Cine de los 40, Jürgen Müller (taschen, 2005)